Había una vez un día soleado en una colina verde y hermosa. La gente se reunió allí porque habían oído que Jesús, un hombre sabio y amoroso, iba a hablarles. La colina estaba llena de hombres, mujeres y niños, todos ansiosos por escuchar las palabras de Jesús.
Jesús se sentó en una gran piedra y comenzó a hablar. Miró a la multitud y sonrió. Dijo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos". La gente se miró sorprendida. ¿Qué quería decir Jesús con eso?
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Jesús continuó: "Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia."
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Las palabras de Jesús eran diferentes de lo que la gente esperaba. No hablaba de riqueza o poder, sino de cosas como la humildad, la compasión y la justicia. Explicó que aquellos que viven de acuerdo con estas enseñanzas encontrarán felicidad y serán bendecidos por Dios.
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Jesús continuó: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos."
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La gente escuchaba con atención, sintiendo que las palabras de Jesús tocaban sus corazones. Jesús les enseñó sobre amar a sus prójimos, perdonar a los que los lastiman y vivir vidas de bondad y verdad.
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Jesús terminó su discurso diciendo: "Así que, todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esta es la ley y los profetas."
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La gente se sintió inspirada por las palabras de Jesús y aplaudió con alegría. Comprendieron que, para ser felices y encontrar el amor de Dios, debían vivir con amor y bondad hacia los demás.
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