Había una vez en un pueblo llamado Jericó, un hombre llamado Zaqueo. Zaqueo era recaudador de impuestos y, lamentablemente, no era muy querido por la gente del pueblo. Muchos pensaban que era injusto y que cobraba demasiado dinero.
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Un día, Zaqueo escuchó que Jesús, un hombre sabio y amable, estaba llegando a Jericó. La gente decía que Jesús enseñaba sobre el amor, la compasión y la importancia de cambiar y ser mejores personas. Zaqueo se sintió curioso y emocionado por ver a Jesús, pero había un problema: era muy pequeño y no podía ver por encima de la multitud que se congregaba para ver a Jesús pasar.
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Decidió subir a un árbol alto, un sicómoro, para poder ver a Jesús cuando pasara por el camino. Zaqueo no se preocupó por lo que la gente pensara de él trepando al árbol. Quería ver a Jesús y eso era lo que más importaba.
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Cuando Jesús se acercó al árbol, miró hacia arriba y vio a Zaqueo. Jesús sonrió y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy debo quedarme en tu casa". Zaqueo estaba asombrado y emocionado. Bajó del árbol rápidamente y llevó a Jesús a su casa.
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La gente murmuraba y se quejaba de que Jesús se quedara en casa de un recaudador de impuestos, alguien que consideraban pecador. Pero Zaqueo estaba emocionado y agradecido. Sabía que Jesús lo había elegido a pesar de sus errores y malas acciones pasadas.
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En casa de Zaqueo, Jesús habló con él sobre el amor, el arrepentimiento y la importancia de hacer el bien. Zaqueo sintió que su corazón se llenaba de bondad y decidió cambiar su forma de actuar. Prometió devolver el dinero que había tomado injustamente y ayudar a los necesitados.
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Jesús le dijo a Zaqueo: "Hoy ha venido la salvación a esta casa". Zaqueo se sintió bendecido y agradecido por la oportunidad de cambiar y ser una mejor persona.
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