Había una vez un hombre llamado Bartimeo que vivía en un pequeño pueblo. Bartimeo era ciego desde que era un niño, y su vida era difícil. No podía ver el hermoso sol brillar ni los colores del mundo a su alrededor. Pero Bartimeo tenía un corazón valiente y esperanzado.
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Todos los días, Bartimeo se sentaba junto a la carretera principal del pueblo con un sombrero en el suelo para que la gente le dejara monedas. Aunque no podía ver, escuchaba los sonidos del pueblo y reconocía las voces de las personas que pasaban.
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Un día, Bartimeo escuchó un murmullo emocionado entre la multitud. Preguntó a alguien qué estaba pasando y le dijeron que Jesús, un hombre sabio y milagroso, estaba llegando al pueblo. Bartimeo había oído hablar de Jesús y de las maravillas que hacía. Sabía que esta era su oportunidad.
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Bartimeo comenzó a gritar con todas sus fuerzas: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!" Una y otra vez, gritaba su pedido, lleno de fe y esperanza.
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Jesús, que caminaba entre la multitud, escuchó la voz de Bartimeo. Se detuvo y preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?" Bartimeo respondió con lágrimas de alegría en los ojos: "Rabí, que recobre la vista."
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Jesús sonrió y tocó los ojos de Bartimeo. En ese mismo instante, Bartimeo sintió un calor reconfortante y, de repente, pudo ver. ¡Sus ojos estaban sanos y podía ver claramente por primera vez en su vida! La gente que lo rodeaba estaba asombrada y llena de alegría.
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Bartimeo se levantó emocionado y agradecido. Miró a Jesús con lágrimas de gratitud y comenzó a seguirlo. No solo había recuperado su vista, sino que había encontrado al Salvador que cambiaría su vida para siempre.
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