Había una vez una viuda que vivía en un pequeño pueblo. Esta viuda era muy pobre y tenía muy poco dinero. Pero a pesar de su situación difícil, era conocida por su generosidad y su corazón bondadoso.
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Un día, la viuda escuchó que Jesús estaba en la ciudad. Había oído hablar de Jesús y de sus enseñanzas sobre el amor y la compasión. La viuda sabía que Jesús era especial, y quería verlo y darle algo, aunque su don fuera pequeño.
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Esa mañana, la viuda revisó su bolsa y encontró dos monedas de cobre, las únicas que tenía. Aunque eran de poco valor, eran todo lo que tenía. Decidió llevar esas dos monedas al templo y ponerlas en el cofre de las ofrendas.
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Cuando llegó al templo, vio a mucha gente rica que daba grandes sumas de dinero. La viuda miró sus dos pequeñas monedas de cobre y sintió que eran insignificantes en comparación con las ofrendas de los demás. Pero sabía que lo que importaba no era la cantidad, sino el amor y la sinceridad con la que se daba.
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La viuda se acercó al cofre de las ofrendas, tomó sus dos monedas y las colocó suavemente en el cofre. Miró hacia arriba y dijo una pequeña oración en su corazón, pidiendo a Dios que bendijera sus modestas ofrendas.
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Jesús, que estaba observando a la multitud dar sus ofrendas, notó a la viuda y a sus dos monedas de cobre. Él les dijo a sus discípulos: "De cierto os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos; porque todos éstos, de lo que les sobra, han echado en las ofrendas de Dios; pero ésta, de su pobreza, ha echado todo el sustento que tenía".
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La viuda había dado todo lo que tenía, no importaba que fueran solo dos monedas de cobre. Su acto de generosidad tocó el corazón de Jesús y le enseñó a todos que lo que realmente importa es la sinceridad y la disposición de dar, no la cantidad.
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