Hace mucho tiempo, en una tierra lejana, vivía un hombre llamado Jesús. Jesús era un maestro sabio y amable que enseñaba a la gente sobre el amor y la compasión de Dios. La gente lo seguía a todas partes para escuchar sus palabras y ver sus milagros.
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Un día, después de enseñar a la multitud, Jesús necesitaba un momento de paz y soledad, así que envió a sus discípulos en un barco para cruzar el lago. Él se quedó atrás para orar y reflexionar.
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Mientras los discípulos estaban en el barco, una tormenta comenzó a rugir en el lago. Las olas eran altas y el viento soplaba fuertemente. Los discípulos luchaban por mantener el barco bajo control y tenían miedo de naufragar en medio de la tormenta.
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Mientras estaban en medio de la tempestad, vieron algo sorprendente en el agua. Jesús estaba caminando sobre las olas hacia ellos. Los discípulos se asustaron al principio y pensaron que era un fantasma, pero Jesús les dijo: "¡Soy yo, no temáis!".
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Pedro, uno de los discípulos, estaba lleno de asombro y valentía. Le pidió a Jesús: "Si eres tú, Señor, ordéname que venga a ti caminando sobre el agua". Jesús asintió y le dijo a Pedro que se acercara.
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Con fe en su corazón, Pedro salió del barco y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús. Mientras mantenía su mirada en Jesús, todo iba bien. Pero cuando Pedro miró las olas agitadas y sintió el viento fuerte, comenzó a tener miedo y a hundirse.
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Inmediatamente, Pedro clamó: "¡Señor, sálvame!". Jesús extendió su mano y lo agarró. Juntos, caminaron de regreso al barco. Cuando subieron al barco, la tormenta se calmó milagrosamente, y la paz volvió al lago.
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Los discípulos quedaron asombrados y se dieron cuenta de que Jesús era verdaderamente el Hijo de Dios. Su fe había sido probada en medio de la tormenta, pero Jesús siempre estaba allí para salvarlos cuando lo necesitaban.
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