Hace mucho tiempo, en una tierra lejana, vivía un hombre llamado Jairo. Jairo era un líder en la comunidad y amaba profundamente a su familia, especialmente a su hija, una niña pequeña y querida. Pero un día, la felicidad de Jairo se desmoronó cuando su hija se enfermó gravemente.
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Jairo buscó la ayuda de los médicos y trató todo lo que pudo, pero la enfermedad de su hija empeoraba cada día. Jairo se sintió desesperado, no sabía qué más hacer. Había escuchado hablar de un hombre llamado Jesús, un maestro y sanador, que había realizado milagros asombrosos.
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Con el corazón lleno de esperanza, Jairo decidió buscar a Jesús. Cuando lo encontró, se arrodilló ante él y suplicó: "Maestro, por favor, ven y sana a mi hija, ella está muy enferma". Jairo tenía fe en que Jesús podría ayudar a su hija.
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Jesús, con compasión en su corazón, asintió y se puso en camino hacia la casa de Jairo. Una multitud lo seguía, ansiosa por ver lo que sucedería. Pero en medio de la multitud, una mujer que había estado enferma durante muchos años se acercó a Jesús y tocó el borde de su manto, creyendo que eso la sanaría. Al instante, la mujer se sintió sana y libre de su enfermedad.
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Jesús, sintiendo el toque de la mujer, se detuvo y le preguntó quién lo había tocado. La mujer, temblando de emoción, se adelantó y le contó su historia. Jesús la bendijo y la alentó a seguir adelante en paz.
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Mientras esto sucedía, algunos mensajeros de la casa de Jairo llegaron con noticias desalentadoras: "Tu hija ha muerto", le dijeron a Jairo. Pero Jesús, viendo la angustia en el rostro de Jairo, le dijo: "No temas, cree solamente". Jesús continuó hacia la casa de Jairo, donde encontró a la niña acostada, aparentemente sin vida.
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Jesús tomó la mano de la niña y le dijo suavemente: "Talitha kum", que significa "Niña, a ti te digo, levántate". Al instante, la niña abrió los ojos y se levantó. Jairo y su esposa se llenaron de alegría y gratitud al ver a su hija sana y viva.
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