Hace mucho tiempo, en una tierra lejana, vivía un hombre llamado Elías. Elías era un profeta de Dios y tenía una conexión especial con el Todopoderoso. Viajaba por todo el país, compartiendo los mensajes de Dios y realizando milagros asombrosos.
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Un día, Elías sintió que su tiempo en la tierra estaba llegando a su fin, y Dios le dio una misión importante. Debía elegir a un hombre joven y fiel para ser su sucesor, alguien que continuara su trabajo como profeta.
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Elías encontró a un joven llamado Eliseo trabajando en el campo. Eliseo dejó todo lo que estaba haciendo y se unió a Elías, aceptando el llamado de Dios para convertirse en su discípulo. Juntos, viajaron por el país, predicando la palabra de Dios y realizando milagros.
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Llegó un día especial en el que Dios decidió llevar a Elías al cielo de una manera asombrosa. Elías y Eliseo se encontraban cerca de un río cuando de repente un carro de fuego descendió del cielo, tirado por caballos de fuego. Elías fue llevado al cielo en un torbellino de viento y fue visto por última vez por Eliseo.
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Eliseo quedó asombrado por la partida de su maestro, pero sabía que era la voluntad de Dios. Recogió el manto de Elías que había caído y regresó al río Jordán. Al llegar al río, hizo algo increíble. Golpeó el agua con el manto de Elías, y el río se dividió, permitiéndole cruzar en tierra seca.
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Eliseo continuó el trabajo de su maestro, realizando milagros y compartiendo la palabra de Dios con la gente. Dios le dio el doble del poder de profecía que tenía Elías, y se convirtió en un profeta poderoso y respetado.
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