Hace mucho tiempo, en una tierra llamada Israel, vivía un rey muy especial llamado Salomón. Salomón era el hijo del rey David y se convirtió en el rey de Israel después de la muerte de su padre. Aunque era joven, Dios le había dado un corazón sabio y un deseo de gobernar con justicia.
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Un día, mientras Salomón estaba en la ciudad de Gabaón, Dios se le apareció en un sueño y le dijo: "Pídeme lo que quieras, y te lo daré". Salomón, sabiendo que gobernar un reino era una gran responsabilidad, le pidió a Dios algo especial. No pidió riquezas ni poder, sino que dijo: "Dame un corazón sabio para gobernar a tu pueblo con justicia y discernimiento".
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Dios estaba muy complacido con la petición de Salomón y le concedió no solo sabiduría, sino también riquezas y honor. Salomón se convirtió en el rey más sabio y rico que jamás hubiera existido. La gente de Israel venía de todas partes para escuchar su sabiduría y buscar su consejo en asuntos difíciles.
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Un día, dos mujeres vinieron ante el rey con un bebé. Ambas afirmaban ser la madre del niño y discutían sobre a quién le pertenecía. Salomón, con su sabiduría, propuso una solución única. Ordenó que cortaran al bebé en dos mitades y que cada mujer recibiera una parte.
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La primera mujer, asustada por esta propuesta, suplicó al rey que no hiciera eso y que le diera el bebé a la otra mujer en lugar de matarlo. La segunda mujer, sin embargo, aceptó la idea de dividir al bebé en dos.
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El rey Salomón inmediatamente supo cuál de las dos mujeres era la verdadera madre. La verdadera madre era aquella que estaba dispuesta a renunciar a su derecho de ser madre en lugar de ver a su hijo herido. Salomón le entregó al bebé a la mujer que mostró amor y compasión, y todos se dieron cuenta de la gran sabiduría del rey.
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