Hace mucho tiempo, en una tierra lejana llamada Egipto, vivía un hombre llamado Moisés. Moisés era un hombre amable y valiente que amaba a su pueblo, los israelitas, quienes eran esclavos en Egipto. Moisés también creía en Dios con todo su corazón.
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Un día, mientras Moisés cuidaba las ovejas de su suegro en el desierto, vio algo extraordinario. En la distancia, vio una luz brillante y un arbusto que estaba ardiendo pero no se consumía. Moisés se sintió intrigado y decidió acercarse para ver lo que estaba sucediendo.
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Cuando Moisés se acercó a la zarza ardiente, escuchó una voz suave que venía de dentro del arbusto. La voz dijo: "Moisés, Moisés, acércate más". Moisés se sintió asombrado y se acercó con respeto. La voz le dijo: "Soy el Dios de tus antepasados, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob".
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Moisés se arrodilló ante la presencia de Dios y dijo: "Señor, estoy aquí. ¿Qué deseas de mí?". Dios le habló con ternura y le dijo: "He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto. Quiero que vayas al faraón, el rey de Egipto, y le digas que deje ir a mi pueblo para que puedan adorarme en libertad en su propia tierra".
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Moisés estaba asombrado y preocupado. No sabía cómo hablar con el faraón ni cómo liderar a su pueblo. Pero Dios le dio la fuerza y la sabiduría que necesitaba. Dios también le prometió que estaría con él en cada paso del camino.
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Moisés regresó a Egipto y habló con el faraón, pidiéndole que liberara a los israelitas. Aunque enfrentó muchos desafíos y dificultades, nunca perdió la fe en Dios. Con la ayuda de Dios, Moisés lideró a su pueblo fuera de Egipto, a través del desierto y hacia la tierra prometida.
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