Hace mucho tiempo, en una pequeña ciudad llamada Jerusalén, se acercaba una ocasión especial. Jesús, un hombre sabio y amoroso, había pasado mucho tiempo enseñando a sus discípulos y a la gente sobre el amor de Dios y cómo vivir una vida llena de bondad y compasión.
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Esa noche, Jesús y sus amigos, los discípulos, se reunieron en una casa para celebrar una cena muy importante. La cena era conocida como la Pascua, una festividad especial en la que se recordaba cómo Dios había liberado al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto.
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Mientras estaban en la cena, Jesús tomó un poco de pan y lo bendijo. Luego lo partió y les dio a sus discípulos, diciendo: "Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria de mí". Después, tomó una copa de vino, la bendijo y se la dio a sus discípulos, diciendo: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros".
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Jesús les estaba diciendo que el pan y el vino representaban su cuerpo y su sangre, y que a través de ellos, recordarían siempre el amor y el sacrificio que estaba a punto de hacer por ellos y por toda la humanidad.
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Después de la cena, Jesús y sus discípulos fueron al jardín de Getsemaní a orar. Jesús sabía que su hora se acercaba y que enfrentaría momentos difíciles, pero confiaba en el plan de Dios.
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Esa noche, Judas Iscariote, uno de los discípulos, traicionó a Jesús y lo entregó a las autoridades. Jesús fue arrestado, juzgado y crucificado en una cruz al día siguiente. Fue un momento triste y doloroso, pero Jesús había compartido la Última Cena con sus discípulos para recordarles que su amor y sacrificio traerían la salvación a todos.
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