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Un día, mientras Tomás exploraba el bosque, escuchó el susurro del viento entre los árboles. El viento le habló de algo mágico y asombroso: el arco iris. Tomás nunca había visto un arco iris antes, ya que su velocidad le impedía llegar a lugares lejanos rápidamente. Pero ahora, sintió una urgencia en su corazón por ver el arco iris.
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Tomás decidió emprender un viaje que lo llevaría más allá del bosque y hasta la cima de una colina, donde creía que podría ver el arco iris. Avanzó lentamente, paso a paso, pero su determinación y curiosidad eran más fuertes que su lentitud.
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En su camino, Tomás se encontró con muchos animales del bosque que se burlaron de su velocidad. Los conejos, los ciervos y los pájaros lo miraban con desdén y se reían de él. Pero Tomás no se detuvo ni se dejó desanimar. Continuó su lento viaje con la esperanza de ver el arco iris.
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Finalmente, después de días de esfuerzo, Tomás llegó a la cima de la colina. Miró al cielo con asombro y alegría. Allí, sobre el horizonte, se extendía un arco iris resplandeciente con colores vivos y brillantes. Era más hermoso de lo que Tomás había imaginado.
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Tomás se sintió agradecido y feliz por haber logrado su objetivo. Pero justo cuando estaba a punto de regresar al bosque, el arco iris comenzó a desvanecerse y desaparecer lentamente. Tomás se sintió triste y preocupado, y se preguntó por qué el arco iris se desvanecía tan rápido.
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Fue entonces cuando una voz suave y amable le habló desde el arco iris. Era un espíritu del arco iris que le explicó que los arco iris eran efímeros y que solo aparecían por un corto período de tiempo después de la lluvia. Pero también le dijo que había un secreto: que Tomás tenía la capacidad de llevar el arco iris con él a donde quisiera, en su corazón.
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Tomás se sintió abrumado por la emoción y la gratitud. Agradeció al espíritu del arco iris y comenzó su lento regreso al bosque. Mientras caminaba, notó que su caparazón brillaba con los colores del arco iris. Había llevado el arco iris en su corazón y ahora lo compartía con el mundo.
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Cuando Tomás regresó al bosque, todos los animales que se habían burlado de él antes quedaron asombrados por su caparazón brillante y colorido. Tomás les contó su historia y compartió con ellos la lección que había aprendido: que no importa cuán lento seas, siempre puedes alcanzar tus sueños si eres perseverante y fiel a ti mismo.
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Desde ese día, Tomás se convirtió en un ejemplo de sabiduría y valentía en el bosque. Compartió historias de sus aventuras y enseñó a los demás animales que la belleza y la magia podían encontrarse en los lugares más inesperados. Y aunque seguía siendo una tortuga lenta, tenía el corazón lleno de colores y amor, gracias al arco iris que llevaba en su interior.
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