Hace mucho tiempo, en una ciudad llamada Jericó, había una gran muralla que rodeaba la ciudad. Jericó era conocida por ser una ciudad fuerte y poderosa, y sus habitantes se sentían seguros detrás de sus altos muros.
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Un día, un hombre valiente llamado Josué estaba liderando al pueblo de Israel. Dios le había prometido a Josué y a su pueblo que les daría la tierra de Canaán como su hogar. Jericó era una de las ciudades en su camino hacia la tierra prometida.
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Dios le dio a Josué un plan especial para tomar Jericó. Le dijo que durante seis días, los israelitas debían rodear la ciudad una vez al día, mientras que siete sacerdotes llevaban trompetas de cuerno de carnero y tocaban música. El séptimo día, debían rodear la ciudad siete veces y luego tocar las trompetas.
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Josué explicó el plan al pueblo, y aunque sonaba extraño, todos confiaron en Dios y lo siguieron. Durante seis días, marcharon alrededor de Jericó una vez al día, y los sacerdotes tocaron las trompetas. Los habitantes de Jericó observaron desde detrás de sus murallas con curiosidad.
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Luego llegó el séptimo día. Los israelitas rodearon Jericó siete veces, como Dios había indicado, y los sacerdotes tocaron las trompetas con fuerza. Josué gritó: "¡Griten porque Dios les ha dado la ciudad!". Entonces, todo el pueblo gritó alegremente.
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En ese momento, algo sorprendente sucedió. Las murallas de Jericó temblaron y se derrumbaron. Los muros que habían protegido la ciudad durante tanto tiempo se vinieron abajo, y los israelitas avanzaron hacia la ciudad.
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Josué y su pueblo entraron en Jericó y la tomaron pacíficamente. Dios les había dado la victoria tal como lo había prometido. Los israelitas se sintieron agradecidos y sabían que Dios estaba con ellos en cada paso de su viaje hacia la tierra prometida.
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