Hace mucho tiempo, en la tierra de Egipto, vivían los israelitas, un pueblo que estaba cansado de ser esclavos. Anhelaban la libertad y la oportunidad de vivir en una tierra nueva y hermosa. Moisés, un líder valiente, guiaba a los israelitas y buscaba la manera de liberarlos de la esclavitud.
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Un día, Moisés y los israelitas recibieron una noticia emocionante. Dios les dijo que llegó el momento de partir hacia la libertad y la tierra prometida. Con corazones llenos de esperanza, comenzaron su viaje.
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Pero cuando el faraón, el rey de Egipto, se enteró de que los israelitas se estaban yendo, cambió de opinión y los persiguió con su ejército. Los israelitas se encontraron atrapados entre el ejército egipcio y el Mar Rojo. Estaban asustados y no sabían qué hacer.
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En ese momento de desesperación, Moisés se volvió hacia Dios y oró. Dios le respondió y le dijo que no tuviera miedo. Entonces, algo maravilloso sucedió. Dios hizo que un fuerte viento soplara toda la noche, dividiendo las aguas del Mar Rojo y creando un camino seco a través del agua.
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Los israelitas, con asombro y alegría, comenzaron a caminar por el camino que Dios había abierto en el mar. Las paredes de agua se alzaban a ambos lados de ellos, como si fueran gigantes guardianes de agua.
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Cuando el ejército egipcio intentó seguirlos, las aguas regresaron y cubrieron a los soldados y carros del faraón. Los israelitas estaban a salvo, y habían cruzado milagrosamente el Mar Rojo hacia la libertad.
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En la otra orilla, los israelitas cantaron y danzaron de alegría. Sabían que Dios había hecho un gran milagro para liberarlos. Moisés lideró a su pueblo hacia la tierra prometida, donde finalmente encontrarían la libertad y la paz que habían estado buscando.
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