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Cada día, Lila volaba a través del bosque en busca de corazones que necesitaran un deseo cumplido. Siempre vestía con vestidos brillantes y alas resplandecientes que dejaban un rastro de purpurina a su paso. Su risa era como el sonido de campanillas y su sonrisa siempre hacía que todos se sintieran felices.
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Un día, mientras Lila volaba cerca de un lago, escuchó el llanto de un niño llamado Leo. Se acercó y le preguntó por qué estaba llorando. Leo le contó que había perdido su pelota favorita en el agua y no sabía cómo recuperarla. Lila, con su varita mágica, hizo que la pelota flotara suavemente de regreso a las manos de Leo, quien sonrió de felicidad.
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Desde ese día, Leo y Lila se hicieron amigos inseparables. Juntos, pasaron muchas aventuras emocionantes. Leo le mostró a Lila su mundo humano y le presentó a su familia y amigos. Lila, a su vez, llevó a Leo a conocer el bosque mágico y a las criaturas que lo habitaban.
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Un día, mientras exploraban el bosque, se encontraron con un triste pajarito herido en el suelo. Lila, con su bondad y magia, sanó al pajarito y le dio la capacidad de volar de nuevo. El pajarito se sintió agradecido y prometió llevarlos a un lugar muy especial.
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El pajarito llevó a Leo y Lila a un rincón secreto del bosque, donde encontraron una fuente mágica. Esta fuente tenía el poder de conceder un deseo a quien bebiera de sus aguas. Lila, emocionada, deseó que todos los deseos en el mundo se hicieran realidad para que todos fueran felices.
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Pero cuando Leo estaba a punto de beber, Lila le detuvo. Le dijo que los deseos más especiales eran los que se compartían con los demás y que ella ya había encontrado la mayor felicidad al hacer felices a las personas. Leo sonrió y dijo que su mayor deseo era que él y Lila fueran amigos para siempre.
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Y así, en ese rincón mágico del bosque, Leo y Lila hicieron un juramento de amistad eterna. A partir de ese día, se aventuraron juntos, haciendo que los deseos se hicieran realidad y recordando a todos que la verdadera magia estaba en la amistad, la bondad y en compartir la felicidad con quienes amamos. La fuente mágica siguió brillando, pero no para conceder deseos, sino para recordar a todos que la magia más poderosa es la del corazón.
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